Transcurridas unas horas, la oscuridad de la noche empezó a fundirse en la blanquecina claridad del día, los primeros rayos de sol despuntaban desde lo más alto de las copas de los árboles cercanos y las finas gotas de rocío aún permanecían en las hojas y ramas de cuanto había a su alrededor, todo en medio de un hermoso susurro, caminaba sin prisa, esquivando ágilmente las ramas que se interponían en su camino, le encantaba adentrase en la profundidad de la selva e inspirar el conjunto de aromas que se disipaban a cada paso que daba. Cada vez estaba más cerca, cada vez quedaba menos, hasta que allí estaba. Ese gran árbol, trepó no sin dificultad por su fría corteza, a cada paso que subía el dolor lo recorría por dentro, pero aun así seguía escalando, hasta que llego al punto más alto.
Desde allí podía contemplar la grandiosidad de cuanto había a su alrededor, respiró profundamente y gritó:
Por fin, por fin soy LIBRE.
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