No es que oculte lo que piensa, sencillamente es que a veces no sabe qué pensar. No es que esconda lo que le pueda inquietar, lo que ocurre es que le inquieta no saber qué es lo que esconde.
Y resulta que todo eso es más poderoso que la propia ignorancia, un desconcierto y a la vez un desconocimiento que inhabilitan sus palabras. Es un conjunto de estímulos que desembocan en lo que parece una proliferación compleja y a la vez contradictoria de un cúmulo de emociones, anhelos o incluso de ideas que no dan lugar a un discurso articulado.
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