viernes, 25 de junio de 2010

Relato


Refugiada entre los arbustos, temerosa de que la pudiesen descubrir, se asomó para poder divisar con mayor claridad lo que acontecía en ese pequeño claro, bañado por la oscuridad de la noche.

Solo se podían apreciar unas ligeras siluetas, nada claro, nada conciso, solo vagas formas.

Cuando la débil luz de la luna llena se posó sobre una de aquellas criaturas, la cara de la joven tornó a pavor, el viento cambió repentinamente dejando al descubierto cual era su posición, multitud de ojos se volvieron hacia el lugar donde se hallaba.

Asustada, aterrada, decidió salir corriendo: corre, corre más rápido, no mires atrás, no mires, se repetía una y otra vez a sí misma.

Emprendió una rápida huida esquivando con una sorprendente habilidad las hojas y las ramas de los árboles que se interponían en su camino, pero hubo algo que no vislumbró, y cayó de bruces al suelo, cuando su pie quedó retenido en aquella prominente raíz que brotaba del suelo. Dominada por el pavor, trataba desesperadamente de zafarse e irse de aquel lugar, pero sus manos solo encontraban obstáculos y arañazos en su intento de librase de su prisión.

Entonces apareció, ella levantó la mirada, y de sus ojos brotaban lágrimas deseosas de recorrer rápidamente su rostro, la habían alcanzado, cerró los ojos fuertemente.

Se acabó pensó ella, este es el final, en aquel momento sintió un fuerte golpe, un tacto frío, el suelo de su habitación, su pie enrollado en la sábana, se había caído de la cama.

Todo ha sido un sueño, nada más que un sueño… se dijo a sí misma, apoyó las manos en el suelo y se levantó, pero notó un ligero ardor en las palmas de las manos, las miró y pudo contemplar en ellas los arañazos de lo que creía una pesadilla, como he llegado hasta aquí se preguntó…

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